martes, 29 de julio de 2008

EL TRABAJO DEL HOMBRE


Objetivos:
a) Valorar el trabajo espiritual como un modo de acceder a la gracia de Dios.
b) Conocer y practicar los medios que conducen a disfrutar la gracia.
c) Comprender que Cristo ya hizo Su trabajo en la cruz, para nuestro beneficio.

Texto base:
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” San Juan 6:27

Trabajar es importante. Todos necesitamos hacerlo para ganar nuestro sustento. Quien no trabaja, que no coma (2 Tesalonicenses 3:10), decía el apóstol Pablo, porque todos –es ley de la vida- necesitamos trabajar para ganarnos el pan. Éste es mucho más sabroso y satisfactorio si se obtiene con esfuerzo. Todas las personas valoran las cosas adquiridas con sacrificio. Muchas veces, cuando recibimos algo de regalo, nos alegramos pero no lo cuidamos tanto como cuando lo hemos adquirido con mucho esfuerzo. Si trabajamos tanto para obtener el sustento diario, los alimentos, la ropa, la casa, el agua, la luz eléctrica, la movilización, etc. ¿cuánto más no debemos trabajar por el alimento espiritual?

“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” nos enseña Jesucristo. Él no está diciendo que usted no valore el quehacer laboral para dedicarse a lo religioso, sino que está enfatizando a través de estas palabras, el valor de buscar la espiritualidad. Todos necesitamos alimentar nuestra alma y espíritu, así como alimentamos y cuidamos el cuerpo. Pero la mayor parte del tiempo estamos más ocupados en dar satisfacción a nuestras necesidades básicas materiales que a aquellas de carácter espiritual. Usted y yo necesitamos alimentar nuestra alma con palabras sabias, palabras que nos conduzcan a la vida eterna, palabras inspiradas por Dios. Estas palabras las podemos encontrar en la lectura de las Sagradas Escrituras, en la enseñanza o sermón del ministro de Dios en la Iglesia y en los múltiples medios de difusión escrita y hablada del mensaje del Reino de Dios. Escuchar, leer, estudiar y reflexionar en la Palabra de Dios no es una pérdida de tiempo, ni holgazanería ni algo sin importancia; es un trabajo espiritual que usted puede hacer en casa, solo/a o guiado/a por un discípulo de Jesucristo preparado para esa tarea de tutoría o discipulado. Al hacer esto usted estará dando cumplimiento al versículo que analizamos, trabajando “por la comida que a vida eterna permanece”

Otro modo de obtener alimento para el alma, o sea ideas positivas, esperanza eterna, amor de Dios, consejo del Espíritu Santo, fuerza de lo alto y todo tipo de virtudes cristianas, es la práctica de la oración. Orar es algo tan sencillo como conversar con Dios. No requiere mayor ciencia que su disposición a entregar todos sus pensamientos a Él. La oración no es un monólogo ni la utilización de frases repetidas, sino que un diálogo con el Creador. Usted le expone sus anhelos, inquietudes, necesidades, alegrías y penas; y Él le responde en su alma, pone pensamientos en su corazón. Para conversar con Dios, también usted puede valerse a veces de Su Palabra, es decir leer con oración algún pasaje del Evangelio y conversarlo con Dios. Puede tomar como modelo sencillo de oración el Padre Nuestro y agregar a cada una de sus partes sus propios sentimientos. Personalmente acostumbro orar en este orden: 1. Alabo a Dios Trino por Su grandeza; 2. Doy gracias a Dios por sus beneficios; 3. Presento a Dios mis peticiones. A veces el Espíritu Santo nos conduce a pedir perdón, a hacer alguna oración especial por alguien o a leer determinado pasaje de la Biblia. En verdad no hay normas estrictas en esta comunión con el Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo. Orar también es un trabajo que trae gran rentabilidad a nuestro espíritu.

En esta línea de pensamiento, usted ya comprenderá que hay otros medios de gracia que nos otorgan gran beneficio espiritual, como por ejemplo: asistir a la oración de la comunidad cristiana, ayudar a los necesitados, ofrendar para la obra de Dios, ayunar y anunciar el Evangelio. Todos ellos son trabajos que producirán vida en nosotros, no la vida biológica, sino la vida espiritual, la llamada vida eterna.

Pero es necesario precisar que nada de lo que hagamos tendrá valor y traerá verdadera bendición y vida eterna a nuestra vida cotidiana, si no está basado en la fe en Jesucristo. Sólo por la intervención del Hijo de Dios en la historia humana, es que estas acciones religiosas (lectura sagrada, oración, comunión con la Iglesia, obras de misericordia, ofrenda económica, ayuno, evangelización) cobran sentido y pueden producir frutos espirituales. De lo contrario estaríamos practicando una religión de obras y esfuerzos únicamente humanos. El texto dice: “Trabajad… por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará…” Jesucristo y nadie más fue designado por Dios para darnos ese alimento eterno. Él se presentó como “el pan vivo que descendió del cielo”, o sea un alimento sobrenatural que da vida eterna al ser humano (San Juan 6:51). Jesús no es solamente la comida espiritual, sino que también es quien la sirve. Él mismo es el servidor de ese alimento. Y la comida que Jesucristo da es: a) la salvación del alma, b) la sabiduría de Dios y c) la sanidad de toda enfermedad espiritual. De este modo, cada vez que estemos haciendo el trabajo espiritual, sea solos, con nuestros hermanos o guiados por un ministro de Dios, tomemos conciencia que hay Uno que es superior y guía ese trabajo: Jesucristo, el Hijo del Hombre a quien señaló Dios el Padre.

Para poder ocupar ese lugar de preponderancia, Jesucristo renunció a Su trono de gloria, se hizo humano siendo divino y eterno, nació de una mujer y se sometió a todas las limitaciones que implica ser hombre. Jesús, como ser humano, renunció a ocupar un lugar importante, como ser rey y tener poder temporal; entregó su vida y se dejó capturar, torturar, avasallar por sus enemigos. Como cordero, mudo, fue conducido a la cruz, no reclamó ni usó de su poder divino para vengarse, se entregó hasta la muerte. Por su santidad de vida y por su entrega incondicional a Dios, se hizo merecedor del lugar que hoy ocupa en la Creación y en la Iglesia: Él es el primogénito de toda creación, cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, el Señor y Cristo. Toda autoridad le ha sido dada en los cielos y en la tierra (Colosenses 1:18). Ciertamente Él ya hizo todo el trabajo que nosotros debíamos hacer, y hoy solamente disfrutamos del resultado de su trabajo en la cruz. Si trabajamos por la comida que a vida eterna permanece y obtenemos mucho fruto espiritual, no es porque seamos tan santos, buenos y efectivos, sino porque el Hijo de Dios fue Santo, Bueno y Eficiente en Su sacrificio. El sembró, regó, fructificó y multiplicó la vida eterna; nosotros tan sólo hemos sido enviados a cosechar el fruto de Su trabajo. “porque a éste señaló Dios el Padre.”

PARA REFLEXIONAR EN EL CENÁCULO:
1) Comparta con los demás hermanos del Cenáculo, los trabajos que usted ha realizado durante su vida.
2) ¿Tiene usted un plan para la lectura de la Biblia?
3) ¿En qué momento del día hace usted su oración personal diaria?
4) ¿Considera usted que las siguientes prácticas son importantes para el crecimiento cristiano individual y colectivo? Leer y estudiar la Biblia; hacer oración personal; asistir a la oración comunitaria; ayudar a los necesitados; ofrendar para la obra de Dios; tener un día de ayuno al mes; evangelizar.
5) ¿Cómo se puede aplicar esta Palabra “ Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” en los siguientes casos: a) cesantía; b) enfermedades que inhabilitan; c) personas llamadas al ministerio?
6) ¿Considera usted que el trabajo es una maldición o una bendición para el ser humano? Lea Génesis 1:28; 2:15; 3:17-19.